¿Alguna vez te has preguntado cuál es el legado que quieres dejarle a tus hijos?
Probablemente, la primera respuesta que viene a tu mente está relacionada con bienes materiales: una casa, una herencia, comodidades para vivir, etc. Muchas veces buscamos demostrar el amor con pertenencias materiales, e incluso dedicamos mucho de nuestro tiempo a trabajar para obtener acceso a dichos bienes. Tus hijos valoran todos los esfuerzos que haces por ellos y también disfrutan de todo lo que les puedes ofrecer. Sin embargo, un exceso de objetos materiales puede llevarlos a acostumbrarse a recibir de forma desmedida, sin percatarse del esfuerzo que implica conseguirlos.
El dilema es, ¿el amor realmente se encuentra en las pertenencias materiales? La realidad es que no se encuentra ahí. El amor se encuentra en el afecto, en el respeto, en la dedicación, en el tiempo que pasas con ellos, en todas esas cualidades que te hacen sentirte orgulloso de tus hijos, en las carcajadas que comparten juntos, en la cercanía, en el lazo de comunicación y relación que construyen día a día, en la mirada. El amor se encuentra en todos los sitios, pero nunca se ata a un objeto, a un bien o a una pertenencia.
Por lo tanto, el mejor legado que puedes dejarle a tus hijos, es el amor. Amor por aprender, amor por el prójimo, amor por sí mismos, amor por hacer sus sueños realidad. Y el medio para ello, es la educación.
La educación es un regalo que perdura toda la vida, y va mucho más allá de un aprendizaje intelectual. La verdadera educación es aquella que se enfoca en la mente y el corazón de tus hijos. Aprender no implica adquirir información. Implica aprender a relacionarse, a identificar las propias fortalezas y debilidades, a adoptar y practicar valores morales que te transformen en una mejor persona, a conocer y regular tus emociones para que te sientas pleno, a aplicar el conocimiento, a concretar tus ideas, a resolver problemas, a disfrutar y aprovechar al máximo cada detalle de la vida.
La inversión que haces en la educación de tus hijos es una inversión que nunca desaparecerá, porque todo lo que ellos aprenden será parte de ellos durante toda su vida. Y dicha inversión no es estrictamente económica, invertir significa involucrarte, interesarte, motivarte, enorgullecerte y congratularte de cada una de sus actividades y sus logros.
La vida es la oportunidad de aprender constantemente. Todos los días, en cada momento, aprendemos algo nuevo. Todo lo que aprendemos se convierte en parte de nosotros y nos transforma en las personas que deseamos ser. Si le regalas a tus hijos educación emocional y académica, la vida te regalará la satisfacción de verlos realizarse.
Por: Maria Fernanda Jiménez | Psicopedagoga | e-mail: maferjimenez@potenciare.com