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¿Una vida en cuarentena?

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¿Te has preguntado qué pasaría si toda la vida fuera en cuarentena?

Imagina por unos segundos que no puedes salir nunca de tu hogar… Que es imposible acceder a lugares y espacios públicos… Que nunca puedes acercarte a los demás ni ser parte de sus actividades… Que no puedes ver el mundo exterior ni a las personas que amas… Que siempre necesitas de alguien que te ayude a cubrir tus necesidades básicas, porque hay algo que te impide hacerlo por ti mismo… Que el miedo, la ansiedad y la tristeza son tus fieles acompañantes ante una perenne soledad…

¿Cómo te hace sentir imaginar eso?

Todos los anteriores son los retos que suele enfrentar una persona con discapacidad, en su día a día, a lo largo de su vida.

Muchas personas no pueden salir nunca de su hogar porque no existe infraestructura ni medios de transporte accesibles que les permitan desplazarse y movilizarse con facilidad, usando sus sillas de ruedas, bastones u otro tipo de apoyos.

Muchas personas no pueden acceder a lugares ni espacios públicos, porque además de barreras arquitectónicas, existen barreras de admisión. Ciertos procesos o protocolos que diplomáticamente le cierran la puerta a lo que es distinto.

Muchas personas no pueden acercarse a los demás, ni sentir que son parte importante de sus actividades, porque los prejuicios, el rechazo y la discriminación se transforman en falsas creencias como: “la discapacidad se contagia”, “es mejor no juntarse con una persona así”, “puede ser agresivo, es mejor estar lejos”, “no sé cómo interactuar con él/ella así que no lo intentaré”. Esas creencias construyen distancias que impiden consolidar amistades y fuertes vínculos de unión.

Muchas personas no pueden ver el mundo exterior ni a las personas que aman porque sus sentidos los privan de poder hacerlo, o porque nuevamente es muy difícil encontrar los medios para poder salir, reunirse, involucrarse.

Muchas personas siempre necesitan de alguien que les ayude a cubrir sus necesidades básicas, desde las más “simples” actividades cotidianas de cuidado personal, hasta el sustento económico, porque la sociedad impone barreras y limita las oportunidades de hacerlo por sí mismos.

Muchas personas viven en compañía de la soledad, porque “son diferentes” y por lo tanto no se acoplan a lo que hace y busca la mayoría. El miedo es una sombra que ataca los pensamientos, la ansiedad crece con cada actividad en la que se enfrentan obstáculos y la tristeza embarga el corazón al descubrir que muchas puertas se cierran.

Esas personas viven con discapacidad, en un entorno que muy pocas veces busca facilitar accesos, recursos, oportunidades y, sobre todo, actitudes de aceptación plena e inclusión.

Lo fascinante es que sin importar que tan interminable parezca esa “vida en cuarentena”, las personas con discapacidad siempre encuentran la forma de hacerse más grandes que sus retos.

Si no pueden salir físicamente de su hogar, lo hacen a través de su mente. Imaginan, crean, sueñan, sienten y aprecian la esencia de la vida.

Si no pueden acceder a lugares ni espacios públicos, acceden a su propia mente y corazón para soñar un mundo mejor. Siempre están dispuestos a compartirlo con quienes quieran habitarlo.

Si hay personas que se alejan de ellos, buscan la forma de enseñarle el significado de la vida a quienes tienen cerca. Con empatía, amor sincero, resiliencia, esfuerzo y comprensión, renuevan las creencias de muchos. Creer que la diversidad es nuestra mayor riqueza, que la discapacidad es sinónimo de potencial y no de limitación, que tenemos más de lo que creemos sólo necesitamos apreciarlo.

Si los sentidos impiden ver u oír el mundo exterior, aprenden a encontrar formas alternativas de observar, escuchar, sentir, expresar y querer. Y principalmente, de estar realmente cerca gracias al amor incondicional.

Si no pueden ser completamente autónomos o cubrir sus necesidades básicas, jamás se dan por vencidos. Se esfuerzan constantemente y saben que cada pequeño avance, por diminuto que sea, significa progreso y los acerca a hacer sus metas realidad. Encuentran nuevos caminos, que nadie ha recorrido, pero que conducen a nuevas oportunidades.

Si la mente y las emociones se convierten en un remolino, buscan aferrarse al esfuerzo, amor y perseverancia, y así impiden que logren arrasar con todo en su vida. Muchas discapacidades son invisibles, por ende, las más olvidadas e incomprendidas. Así que el campo de batalla se enfrenta en la mente a diario, y cada emoción se celebra como una victoria.

Esto no significa que una persona con discapacidad pueda lograr más que una persona sin discapacidad. Tampoco significa que una persona sin discapacidad no enfrente este tipo de adversidades. Lo que significa es que, en la vida, todos enfrentamos retos. Y lo que hace la diferencia entre limitarse o liberarse, es la actitud.

En esta cuarentena, todos sentimos en nuestra propia piel lo que es vivir con discapacidad. Lo que haces por protegerte a ti, te permite proteger a todos.

Cuando las puertas se abran de nuevo, asumamos el compromiso de facilitar accesos, construir oportunidades y vivir la empatía, para que TODOS (sin exclusión) dejemos el confinamiento atrás. Reconozcamos que la única forma de conquistar el bienestar es cuando todos lo logramos.

¿Con qué actitud vas a enfrentar el resto de este reto?

¿Cómo vas a contribuir al bienestar de todos?

Cada una de tus acciones es determinante para vivir en cuarentena o vivir en plenitud.

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